Cuando se difundió el cartel con la desaparición de «Pablo Erroz», me quedé sin suelo debajo de los pies. Las redes sociales ardían, pero más nuestro corazón.
En el fondo del alma, exclamé: «¡¡¡¡Pablilloooo!!!». Y, espontáneamente, retrocedí en el tiempo. Me acordé de ti, con cinco años, intentando comerte una lombriz antes de subirte a la ruta del colegio. Me mirabas, pícaro, cuando te cogí la mano con cariño y te dije: «Pablillo, ¡no! Eso no se come. En seguida merendarás en casa». Te quité las gafitas (entonces minis y gruesas), llenas de barro, y se vio mucho mejor cómo sonreías a borbotones, con tu mirada irrepetible. Siempre que te llamaba «Pablillo» te veía especial. Algunos quizás decían «Pablito» con retintín, porque les costaba descubrir hasta qué punto eras único, e incluso se aprovecharon de tu ingenuidad permanente. Para mí, el diminutivo te convertía en un pequeño gigante.
Ahora, que tu corazón se ha parado, tu existencia resplandece con más fuerza. No porque todo en tu vida haya sido perfecto sino… porque Dios te soñó, y tus padres te acogieron sin poner pegas, y tu familia se hizo hogar que custodia un tesoro. Ese regalo se convirtió en don también para muchos. Cada cumpleaños de Álvaro, mi hermano pequeño, eras el mejor regalo. En todas las ocasiones en las que, más adelante, me encontraba contigo (especialmente, haciendo de monaguillo el domingo) alumbrabas la misma ternura.
Y este lunes, volviste a hacer una de las tuyas. Por unas horas lograste parar parte del mundo; cosiste la tierra con el Cielo, haciéndonos uno con tu familia; la dignidad y el amor con la que has crecido restauraron nuestra esperanza en la familia incondicional; el mazazo de tu muerte nos brindó valorar la vida. Y, sobre todo, nos quedó, en medio del dolor, la llama de tu sonrisa. La has armado gorda, consiguiendo uno de los dones más difíciles y más urgentes en nuestro mundo: nos has recordado la necesidad que tenemos de ser pequeños. Tú, niño eterno, con tu vida y con tu muerte, has sacado lo mejor de nosotros mismos. Tu discapacidad nos ha hecho más capaces, golpeándonos la conciencia: quizás podemos amar más y mejor.
¡Gracias, Pablo Erroz! Y (si no lo digo, reviento): ¡¡¡Viva la madre que te parió!!! Cuánto mimo ha puesto en ti. Ahora te (nos) toca cuidarla a ella.
Qué bendición que ya descanses en paz. Por fa, intercede para que lleguemos a gozar contigo y con Dios eternamente.
Que bonito Teresa y como nos ha golpeado a todos! No nos damos cuenta de los tesoros que Dios nos pone en el camino!
Nuestro más sentido pésame a toda la familia.
Que bonito post. Una pena que alguien tan joven nos deje… Mitico verle en el sadar antes de los partidos de Osasuna a tope y de más joven por la trave de fiesta… Descanse en paz..
Pabo, ejemplo siempre de lucha, cariño y atención. Un ejemplo no sólo para tu familia si no para los que te vimos crecer.
Precioso escrito Teresa, sin duda fue grande y es grande. Descanse en paz. Aúpa!!
Gracias Teresa por explicar ese sentimiento que todos tenemos pero es tan difícil de expresar. Como viejo compañero de clase de Pablo ahora me doy cuenta que aunque ahora es un ángel de verdad, ya lo llevaba siendo toda su vida transmitiendo ese cariño a todos los que le rodeaban.
Un fuerte abrazo a todala familia,
Chicho
Teresa, muchas gracias por rendir ese homenaje a Pablo, y en él, a su familia. Se pueden decir muchas cosas, pero no mejor.
Un texto perfecto! Gracias por compartirlo…
Rezamos mucho por el y por la familia!
¡Simplemente precioso! Gracias Teresa
Qué bonitas palabras que nos ayudan a conocer a Pablo a quien no tuvimos la fortuna de verlo en vida, gracias Teresa.
Qué reconfortante y cálida sensación al leer todo esto. Cuánta huella nos ha dejado a tantos esa sonrisa traviesa y mirada sosegada de Pablito. Cuántos raticos improvisados compartidos de camino a alguno de sus mil planes. Siempre creando ese encuentro tan familiar, aún ahora nos reúne. Qué grande eres Pablo! Gracias!