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Cuando era jovenzuela, vi una película que me marcó: Cadena de favores. Quizás fue porque muestra cómo un simple gesto de cariño puede transformar un montón de vidas: desfilaban por allí vagabundos, ladrones… y algún periodista. Esto último también golpeó mi trabajo como profesional de la comunicación. ¿Qué pasa para que la mayoría de noticias que consumimos sean catástrofes, sucesos escabrosos, desastres sociales? Siempre he procurado buscar y contar buenas noticias, con más cariño las que vivo en primera persona. Y aquí hay una de las mejores, que pide ser publicada.

Hace unos meses tuve la suerte de publicar una novela que explora la libertad interior que todos ansiamos vivir. Seguí el itinerario espiritual de Van Thuan, preso que vivió trece años encerrado, nueve de ellos sometido a aislamiento total, todo ello sin juicio ni sentencia. Me sorprendía el milagro de que fuese Libre entre rejas : quería descubrir por qué y contarlo. Desde el minuto uno supe que si lo conseguía, mi mayor deseo era compartirlo con personas que están en la cárcel.

En agosto de 2016, el libro vio la luz. Empecé a avisar a amigos y conocidos: «El día de San Jordi quiero hacer una fiesta en una cárcel de Cataluña y, según la tradición, llevar un libro y una rosa a cada preso que se persone. Para este tipo de disparate es fundamental la colaboración ciudadana».

En noviembre de 2016, la primera piedra la pusieron los internos de la cárcel de mi ciudad: Pamplona. Se habían enterado de la idea, y la tarde que compartimos charlando sobre el libro, me trajeron un ejemplar de un relato en catalán y me pidieron que lo llevara de su parte a la cárcel a la que fuera en abril. Aquel gesto de cariño me conmovió hasta las entrañas.

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Confieso que, cuando vi las fechas encima, me asustó que aquello fuera una locura. Pensaba cómo echarme atrás cuando me escribió Mosén Joan, capellán de la cárcel de Llenoders, de parte de don Román Casanova (obispo de Vic): me invitaba a contar la historia de este preso a los fieles que viven en prisión en su diócesis. Y me vino a la mente con fuerza de nuevo Van Thuan, un hombre que fue capaz de cambiar su vida y la de otros muchos con un virus contagioso: el Amor incondicional. A él le hizo falta que Dios le desposeyera de la salud, de los bienes materiales, de sus méritos como cristiano… para, no teniendo nada, encontrarlo todo en ese Amor inagotable de Dios. Esta experiencia espiritual ha transformado a millones de almas. Entre ellas, hace dos semanas, a un grupo de prisioneras de Santiago de Chile, que me habían asegurado su oración por la fiesta en la cárcel (que, con ese empuje, no admitía marcha atrás).

 

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Nada más aterrizar en España, quedaban sólo tres semanas: con un grupo de incondicionales, azuzamos la mecha. Solicitábamos que la gente se convirtiera en regalo: unos donándose con parte de un ejemplar, otros haciéndose dedicatoria, otros imprimiendo y recortando esas fotos con letras llegadas de todas partes, otros comprando rosas, otros provocando con su oración la generosidad de un alma.  Necesitábamos bastante fe… y un buen contable. Recordé aquel momento en el que el protagonista de la novela, Van Thuan, habla de Jesús como un Dios que no sabe matemáticas, porque pierde una oveja y es capaz de dejar noventa y nueve para ir tras ella. Ese Corazón de Jesús quedó nombrado gerente de la operación.

 

A veces, en estas aventuras surgen dificultades inesperadas que se convierten en peligrosas minas anti-esperanza. Empieza a ser un clásico en las visitas a la cárcel que algo se tuerza a última hora y amenace con aguar la fiesta. Como ya van unas cuantas, hace meses nombramos patrón logístico al Padre Pío, que para eso tenía el don de la bilocación en vida y nos prometió cuidarnos desde el Cielo más aún que en la tierra. En este caso, mi familia (que me acompañaba en el viaje) quedó averiada en una autopista. Todo el cargamento para la prisión, preparado en casa con cariño, acabó en una cuneta pero a buen resguardo.

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teresagcabiedes san JordiGracias a la comunión de los santos, y a la colaboración de Whatsapp, muchos hermanos y amigos nos acompañaron con su oración en ese traspiés. De hecho, la fiesta de la cárcel estaba precedida por una vigilia de adoración en una parroquia franciscana de Granollers. Allí, un grupo de saqueadores aguardaba para robar Divina Misericordia. La providencia quiso que, a pesar del viaje accidentado, llegásemos a las 22 h., en el momento preciso para poder compartir el regalo de la historia de Van Thuan. Mi marido dedicó la primera canción a un Dios que, siendo omnipotente, ha querido hacerse prisionero para siempre en un trozo de pan. Y la primera rosa y el primer libro de San Jordi pararon en manos de la Virgen, regalados por nuestro hijo pequeño.

 

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Y llegó el día señalado. Entonces me di cuenta de que una cadena de favores se había convertido en un dominó de gracias. Vi al obispo mojándose de arriba a abajo con el agua de las rosas mientras las llevaba del coche al control de seguridad; a un cura joven dejándose la piel por trasladar cajas pesadas, llenas de esperanza, a sus chicos de la cárcel; a mi hijo cuidado por unas religiosas con muchos años de fidelidad a Dios en sus espaldas, capaces de hacerse niñas cuando es necesario.

Mientras repartíamos a los internos un abrazo, una rosa y un libro dedicado, desfilaban por mi alma, con gratitud indescriptible, tantos amigos que han dado lo que son y lo que tienen: especialmente a quienes aportaron su oración desde prisiones invisibles como un hospital, un convento de clausura o el cuidado amoroso/24h./365días de niños y ancianos. Recordé a los miles de personas de toda edad que han ido escuchando las aventuras de esta novela y se han comprometido a rezar unos por otros. Emergió en mi corazón la mirada sedienta y preciosa de aquel preso que, al hablarle de la actualidad de la historia de Van Thuan, me susurró que no tenía fe pero que en la oscuridad de su celda rezaría por cada cristiano perseguido y por cada lector. Ninguno de ellos saldrá en las noticias, pero son tan reales (¡o más!) como cada suceso que nos indigesta el día.

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Viendo la ilusión de los reclusos, que  pedían llevar un ejemplar a su compañero de celda que no había obtenido el permiso para acudir, a su tutora de la prisión, a una persona amada que sufre… exulté por dentro con aquella experiencia real y gozosa de la Pascua. En lugares tan descartados de la sociedad, es donde se hace obvio que Jesús ha vencido al mal, y su Espíritu opera incansablemente en nosotros y alrededor nuestro. Y vuelve a vibrar la nueva noticia del Evangelio: porque compruebas que una prostituta arrepentida es la primera en tocar al Amor resucitado y un ladrón roba el perdón de Dios en un instante y el asesino es convertido en apóstol y el desheredado se enriquece a manos llenas con la salvación de Dios.

Fuera de prisión ya, contemplando a los castellers, visualicé mejor el prodigio que se nos regala: muchos pocos que se unen suman mucho, y cuando dos o más anhelamos buscar a Dios, Él corona con su Amor nuestras pobres obras. Una vez más, he constatado la prueba del nueve. El secreto de Van Thuan es revolucionario. Porque su historia sólo se entiende si el protagonista es idiota, está loco o vive divinamente… enamorado.