Cuando uno escribe un libro, la mayoría de la gente se cree que atraviesas un umbral mágico hacia el mundo del glamour, que se te llena la boca diciendo que eres “es-cri-to-ra” y que todos quieren sacarse fotos contigo, porque te han visto en la tele o te han escuchado en la radio. Esa es la cáscara del libro.

Pero luego está el fruto: el meollo al que muchos intentan acceder en las entrevistas; las preguntas informales y afiladas en los coloquios; y las dudas que te surgen en el interior del alma cuando te ves abducido por una vorágine de promoción.

La realidad es que la mayoría de la gente que se dedica al oficio kamikaze de escribir lo hace por un motivo vital. En mi caso es claro: si no escribo, reviento.

La historia del protagonista de Van Thuan, libre entre rejas es uno de esos retos que no puedes dejar pasar en la vida. En cómo vivimos la libertad nos jugamos la felicidad. Si un hombre pudo ser feliz en una mazamorra, castigado injustamente y experimentó un amor que rompía todos los extremos… si existe una libertad que no nos puede ser arrebatada por una persona, por una desgracia, por nuestra miseria ni por el sufrimiento extremo, no iba a dejar de indagar hasta encontrar los contornos del milagro y convertir el descubrimiento en regalo para otros.

Cinco años de encerronas de fin de semana y vacaciones (con los sacrificios consiguientes de mi marido y de mi hijo pequeño, y de mis amigos), ausencias en viajes a interrogar testigos, la locura de estrenar un género que desconocía (yo había escrito siempre ensayo) han desequilibrado muchas veces la balanza de la ilusión. Pero cada vez que recibo una carta de un preso, de un enfermo, de una persona que atraviesa el túnel de la depresión… y me dice que el protagonista de esta historia le está transformando el corazón, pienso que todo esfuerzo ha merecido la pena.

A ellos los llamo “embajadores” y les pido que no dejen el libro en una estantería. Que lo cuenten. Que lo pasen. Que lo regalen. Esto es un trabajo en equipo.

Una de las frases que alumbran mi vida se la he robado a Tolstoi:

De igual modo que una vela enciende a otra,
y así llegan a brillar miles de ellas;
así enciende un corazón a otro
y se iluminan miles de corazones.

Ayúdame a que esta historia llegue a las cuatro esquinas del mundo.

¡Va por ellos! ¡Va por ti!


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