De la noche a la mañana muchos de nosotros ejercemos de maestros improvisados de nuestros hijos, todo ello “confitados” por las bravas. Eso, añadido a que hemos mutado en potenciales portadores de un virus o fehacientes víctimas del bicho, somos teletrabajadores de golpe o nos tambaleamos suspendidos de un ERTE o un parón laboral forzoso, salimos de la guarida como fumigadores de supermercados, y por las noches nuestras almas se despiertan perplejas…

Siempre me había picado la curiosidad sobre las bondades del homeschooling. Sobre todo, cuanto más intentan los gobiernos arrancarnos la educación de nuestros niños. Había leído testimonios asombrosos, de los que deduje provisionalmente que esa metodología es óptima cuando se dan al menos dos hechos: el primero, que la persona educadora esté preparada para hacerlo (persona, por cierto, que es de carne y hueso y no de plasma) y tenga el tiempo necesario para dedicarlo al aprendiz; el segundo, que se viva una experiencia de vida comunitaria intensa y fecunda en el entorno próximo del educando.

Pero ahora mismo, los hechos se han impuesto. Somos, sí o sí, papis homeschoolers (algunos aún no conseguimos pronunciarlo bien y nos crecen las palpitaciones al desayunar por las mañanas la palabreja “GoogleCLASRRRRUM”, viéndola diluida el horizonte de nuestros menores).

Dicho lo cual, absténganse de seguir leyendo los que ya tienen la situación bajo control, han logrado establecer rutinas y horarios exitosos para toda la familia, saben y pueden dedicarse sólo enseñar a los hijos y se regocijan de que el virus nos haya traído este regalillo debajo del brazo. ¡Benditos seáis! A cada uno este cambio histórico nos ha encontrado en circunstancias diferentes, con valores distintos, y siempre es bueno escuchar opiniones diversas.

Estas letras son para torpes (como la famosa colección  for dummies). Torpes, sí: pero conscientes de que el mayor don que se nos está brindando es, mal que bien, crecer en familia en circunstancias de dolor y con una incertidumbre incómoda planeando sobre nuestros días.

Personalmente, vivo rodeada de personas que se sienten impotentes no sólo ante los acontecimientos, sino por una multitarea propia de titanes, que les desborda y que amenaza con arruinar también la salud mental personal, matrimonial y familiar.

Así que, por si a alguien le sirviera, comparto lo que he descubierto y hablado con amigos ebrios de sabiduría y de realismo (de esos que no precisan postureo ni redes sociales para reírnos y llorar juntos). Son gente normal, que comprueba que hacer dos cosas a la vez es hacer una de ellas a medias. Gente con ganas de sacar el máximo provecho a lo que el presente nos está ofreciendo. Gente que no llega a fin de mes pero siempre tiene algo que compartir. No se trata de endosar un recetario sino de mostrar una brújula que puede orientarnos en esta ficción de homeschooling improvisado.

List angelesdelaguarda Photos and Videosdibujo de @mariaolguinmesina

Home en inglés significa hogar. House, casa. Schooling, vendría ha ser «hacer escuela», en presente continuo. El reto educativo que tenemos entre manos es único e irrepetible: construir nuestro hogar entre todos y además, por narices, entre las cuatro paredes de casa, aprendiendo sin más evasión posible que las pantallas (reto básico también). El hogar construido sobre roca es un tesoro a prueba de mudanzas, y en el que somos necesarios cada uno con sus cadaunadas.

Me fascina cómo procuramos  enseñarles cuando, realmente, nuestros hijos se convierten en pequeños grandes maestros.

Ahí van algunas de las preguntas que me han puesto contra las cuerdas y me han enseñado más que todos los tutoriales y fichas del cole (algunas hechas y ¿demasiadas? pendientes):

  • «¿Hasta cuándo durará este lío, mami? ¿Por qué se muere gente sola? ¿Cómo van a comer todos los que tienen las tiendas cerradas? ¿Si se muere papá, qué haremos?». El misterio forma parte de la vida. El dolor y el sufrimiento no pueden responderse con recetas. Que aprendan a interrogarse y pidan a gritos sentido profundo debería ser la primera asignatura de sus “competencias” básicas. Transmitir nuestras creencias a vivo testimonio ya es ineludible. ¿Estamos en manos de Alguien o del azar (en este caso bastante tóxico)? Esa es la cuestión.
  • «¿Tampoco con el coronavirus nos van a dejar tiempo para jugar? No puedo terminar con todo esto hoy». Saber qué es lo importante, priorizar, esforzarse y aprender a no ser pluscuamperfecto vale más que un 10, resultado de una lista interminable de ticks y «premiado» con happies multicolores. Los objetivos académicos son importantes. Pero es probable que los hayamos sobrevalorado y hasta endiosado. Especialmente, cuando un niño que ve alterada su existencia en todos los parámetros. Necesita adaptarse y no siempre está en condiciones de atender, de ser “productivo” según los estándares, de permanecer quieto y obedecer como un manso corderillo. ¿Habíamos perdido el placer del jugar como parte esencial de una vida armónica? Una sonrisa a tiempo, una broma, un rato de juego juntos suelen ser más eficaces que una ráfaga de reproches y gritos de incomprensión. Sentirnos queridos como somos, criaturas únicas e irrepetibles, nos ayuda a mirar al otro con otra perspectiva y es un gran motor de aprendizaje mutuo. «Perder el tiempo» juntos nos regala vivir dos veces.
  • «¿Cómo voy a hacer esto si no me dejas utilizar el ordenador a mí solo y lo necesitas tú para trabajar?  Aprender a esperar, a dejar cabida a otra actividad provechosa, a vivir con cintura… les ahorrará muchas lágrimas y facturas de psicólogo. Detenerse a dar gracias por todo lo que tenemos a pesar de lo que echamos en falta nos ayuda a vivir con más plenitud. La maleta del tiempo es un tesoro. Aprender a llenarla, un arte. Vivimos un momento óptimo para replantearnos qué elegimos y cómo queremos vivir. Ellos se asoman a la aventura de organizarse más autónomamente, tocando mil veces la equivocación para otras mil veces aprender de ella. Entrenarnos en pedirnos las cosas «por favor», en tener paciencia con nosotros y con los demás quizás la habíamos obviado como lección troncal y obligatoria.
  • «¡No puedo más! Necesito salir a la calle. Quiero ver a mis amigos. No tengo ganas de hacer más tarea. ¡Déjame en paz!». Desahogarse es normal y necesario. Y aprender, después, a superar los obstáculos será un “cuarentrenamiento” inolvidable. Como educadores, alivia mucho caer en la cuenta de que el equilibrio no depende de pócimas. Corregir en una circunstancia puede ser tan importante como saber pasar por alto una exigencia. Abrazar a tiempo o bailar como si no hubiera mañana diluye tensiones lógicas e inevitables. Instalarnos cuadriculadamente en el deber sin mostrarles que a veces la flexibilidad cura, nos impedirá retomar lo fundamental: la confianza. La mayoría de las veces no tendremos la seguridad de haber acertado al 100% pero ¡viva la buena voluntad y que Dios reparta suerte! Hace falta pararse y atracar el Cielo para conservar la calma y la lucidez: también ese acto pequeño y poderoso se hará hábito que les inspire en su quehacer cotidiano.
  • «¿Por qué nos enfadamos así si, además, te quiero tanto?». Hay momentos de cuchillos volando, peleas entre todos, palabras que no querríamos haber dicho. Estamos muy lejos de ser perfectos. Pero ese es el punto de partida óptimo para aprender a ser humildes (virtud capital). Si nos acostumbramos a usar la goma de borrar del perdón, este trabajo en equipo habrá merecido la pena. Pedirles perdón específicamente por heridas que les hemos causado será medicina para nosotros y para ellos. Acoger su contrición con un beso les fortalecerá el Espíritu para siempre.

Querer llegar a todo y a la perfección o proyectar expectativas desmesuradas son los mejores atajos para dinamitar la escuela de nuestro hogar; porque se dispararán la crispación y la ansiedad y lo proyectaremos en los más vulnerables de la familia (maquillándolo, inconscientemente, como ejercicio de autoridad) o derivará en una guerra sin cuartel (pero atrapados en sus muros por decreto).

Todavía recuerdo la angustia (sí) con la que nos tomamos una cerveza a principio de curso los padres del cole. La reunión de principio de curso (¡atención!: 3º de primaria) había sido como si nuestros pequeños fueran a opositar para presidentes de la NASA. Después vino la presión de los exámenes, tareas inabarcables, una invasión de exámenes con su diluvio constante de calificaciones. Los de cambio de ciclo también temblaban como flanes. Otros no podían dormir con la EBAU y en septiembre ya precisaban tratamientos varios.

Quizás tengamos que dar gracias porque este cambio brusco nos ha ayudado a volver a lo fundamental: que nuestros hijos deseen saber más, que redescubran el asombro, que se entrenen en establecer prioridades, que compartan con la familia lo que aprenden, que no sucumban a la dictadura de las calificaciones, ¡que experimenten el aburrimiento y salgan inmunizados con anticuerpos de imaginación! Corremos el riesgo de seguir instalados en lo antiguo, cambiándolo de escenario: obligarnos a cumplir la lista interminable de objetivos que ahora se nos tele-exigen. Para no sucumbir hacen falta una lona de pared con un KEEP CALM, tres dosis de momento-KitKat y un remanso de plegarias. Eso, además de lograr poner en sordina la avalancha ingestionable de propuestas para hacer solos, en familia o por parejas ahora que teóricamente tenemos tiempo para todo (aunque las circunstancias de algunos muestren exactamente lo contrario).

Nuestro ejemplo se ha convertido en la enseñanza clave. Pensábamos que éramos profesores y ellos necesitan convivir con maestros-aprendices.

Estamos rodeados de pequeños y medianos “espías” a los que ya no valen los sermones sobre cómo usar bien el móvil, o cuál es el consumo saludable de internet: lo que vean que hagamos, eso aprenderán. Descubrirán, con nosotros, que  la asignatura de gestionar bien la tecnología es compleja y no tiene ecuaciones seguras pero que aspiramos a servirnos de lo bueno sin vivir esclavos de lo superficial o ser vampirizados por dispositivos tragahoras.

Además, verán que también nosotros fracasamos, que no nos salen los deberes a la primera. También constatarán que necesitamos aprender de ellos y que no se nos caen los anillos por pedirles ayuda ante una dificultad tecnológica, por ejemplo, o que nos encantaría investigar juntos una duda que no sabemos resolverles. En el futuro nadie les preguntará que sacaron en Science o si superaron con buena nota las matemáticas de este curso académico. Pero su propia existencia les examinará sobre si acertaron a adaptarse a los cambios. Quizás hablen tres idiomas y todavía no habían tenido la oportunidad de aprender a expresarse en el lenguaje de su propio corazón, de entrenarse en escuchar y de sentirse escuchados, de experimentar que son queridos por sí mismos al margen de los rankings tatuados en un boletín. 

Tocarán si el enfermo, nuestros mayores, el vecino necesitado… son los primeros (por lo que cabe que alteren nuestro horario de paso que cambian nuestra alma). Esta actitud refuerza y va mucho más allá que un aplauso (merecido) a las ocho de la tarde. Quizás eso no se lo evalúe nadie o se pierdan una clase online: ¿no es mayor la ganancia?

A estas alturas de la «peli», con el paisaje agonizando y el horizonte de libertad de movimientos desplazándose siempre más lejos, quizás aún no nos hemos enterado del reto que la vida nos brinda: se nos ofrece revisar nuestros esquemas y vivir plenamente el momento presente.

La prisa que teníamos adherida clama porque nos detengamos en gozar los detalles. La planificación y el método perfecto piden dejar más espacio a la creatividad. El yo-mi-me-conmigo ha destapado que necesitamos imperiosamente conjugarnos con los otros: los primeros los más prójimos (casi seguro, no olvidarán tampoco esta experiencia de colaboración entre hermanos mayores y pequeños). El silencio interior se ha vuelto morada imprescindible para custodiar una esperanza a prueba de catástrofes. Este mundo autosuficiente se ve arrodillado ante un microorganismo invisible pero nuestra alma ansía arrodillarse ante Alguien que ya haya vencido las pruebas más difíciles. ¡Qué escuela más provechosa se nos ha organizado en casa! Merece la pena aprovecharlo.

Quienes tenemos la suerte de tener fe, contamos con la Sagrada Familia como patrones de lujo.

De hecho, María y José nos enseñan que nuestros hijos son regalo del Padre y que nos los ha dejado en unas manos débiles mientras vuelven a Él. María y José, padres ejemplares, nos mostrarán, descalzos, que sólo a uno podemos llamar Maestro: Él es Verdad de nuestra sabiduría, Camino de nuestro aprendizaje, Vida de nuestros hogares.

Estos días hay una frase de la Escritura que me enamora y me sostiene. Es del momento cero. “El Espíritu aleteaba sobre el caos”. Qué gozada saber que esa Palabra de Dios está viva: que el Amor de Dios viene en ayuda de nuestra debilidad y crea y se re-crea a pesar de nuestra impotencia (o quizás precisamente porque esa pobreza evidente clama por su Misericordia). 

Y si mañana cae internet también, la escuela de la vida brillará con todo su esplendor. Ojalá, de la mano de nuestros hijos, aprendamos a pararnos también por dentro. A respirar con ellos y mirar al Cielo. Ojalá constatemos que no estamos solos y que, donde dos o más nos unimos en su nombre, Él es el mejor homeschooler entre nosotros.