Hay una historia, real, que ha cambiado la vida de millones de personas en los últimos veinte siglos; de modo más intenso en los últimos tiempos (doy fe). Les sucedió a dos judíos errantes, pero se ha demostrado que cualquiera de nosotros podría ser uno de ellos. Las cosas como son: ni el Coronavirus más puñetero puede destronar la fuerza arrasadora de un domingo pascual.

El confinamiento a veces pesa como el plomo. Estamos hechos para el encuentro con otros, para gozar de la naturaleza, para abrazar a nuestra familia, festejar con amigos. Y, nunca mejor cantado, “no podemos caminar, con hambre bajo el sol”.

Las jornadas sin Eucaristía se nos hacen más largas que un día sin pan. La distancia física de nuestra comunidad cristiana nos aguijonea con latigazos de nostalgia. Tampoco es sano para el cuerpo ni para el espíritu vivir con el temor a que una amenaza recontracontagiosa pueda llevarnos por delante con sólo rascarnos. La realidad va recrudeciendo la pandemia y torpedea nuestro espacio interior, nuestras esperanzas de futuro, nuestras creencias y modo de vida. Cada uno busca sus propios “resistiré”; otros himnos nos entran por la ventana a ritmo de aplauso o de cacerola; y muchas veces tratamos de pescar en las redes un mensaje de ánimo, un chiste, o una consigna colectiva que nos ayude a sobrevivir o a convencernos de que «todo va a salir bien».

Antes de vivir en primera persona el COVID19, leí esta llamada inapelable a la responsabilidad (con uno mismo, con los más queridos, con la sociedad):  Hay que cortar la cadena de transmisión del virus y, como no hay vacuna, el mensaje es “la vacuna eres tú”, “quédate en casa”. Quizás ese motivo tan repetido ha hecho que llevemos, mal que bien, una reclusión que no hubiéramos soñado ni en la pesadilla más original. Y que tratemos de imaginar con esperanza lo que han bautizado como “nueva normalidad”.

quedate

foto de EFE-Bomberos de Aranjuez

Muchos se preguntan: «¿Dónde está Dios?”. Los más atrevidos le hemos gritado directamente: «¿Dónde estás, mi Dios?”.

Porque la primavera brota sola al otro lado de la ventana, no podemos acompañar a nuestros enfermos, ni despedir a los moribundos, ni abrazarnos entonando una plegaria por nuestros muertos; porque nos crecen como setas las incógnitas sobre cómo ha sucedido todo eso y si se podría gestionar de otra manera. Quizás nos parece una broma que nos llamen “vacuna”: nos sentimos vulnerables e impotentes. Para más INRI sabemos bien que la pandemia de la soledad es muy letal; y amamos y veneramos a nuestros mayores lo suficiente como para que nos sobrecojan su sufrimiento y el pronóstico de los próximos meses.

La incertidumbre se ha convertido en incómoda compañera de viaje. Por eso hoy necesitamos re-vivir esa historia real que ha transformado a millones de caminantes en crisis, de toda época y latitud.

Dos aldeanos volvían a casa desde la metrópoli, demolidos por un fracaso existencial. Rumiaban y comentaban su particular «todo ha salido mal». Pero esa actitud les aprisionaba en una tristeza creciente. En estas, se les acerca un forastero, camina a su ritmo y se interesa por sus angustias. Los desanimados quedan confusos al constatar que aquel feliciano no tiene ni idea de la catástrofe que están viviendo. La liberación del mundo había sido clavada en un leño y rematada con saña. Su decepción estalla en un amargo: “Nosotros esperábamos…”. El peregrino misterioso les deja hablar, vomitar todas sus expectativas desmoronadas. Sólo después, paso a paso, les re-lee la Historia pacientemente, con un modo de mirar en el que todo cobra un sentido nuevo y se integra en un relato de Salvación impresionante.

LOS DISFRACES DE CRISTO RESUCITADO — Parroquia nuestra señora de ...

El trío llega al punto de despedida. Y aquellos decepcionados sienten que ahora las brasas cenicientas de su corazón se han convertido en ascuas ardientes. Necesitan avivar la hoguera de su felicidad redescubierta. Se les ocurre una excusa hospitalaria que, al mismo tiempo, garantice una protección para sus oscuridades: “Se hace tarde y el día va de caída. ¡Quédate con nosotros!”, imploran al caminante.

Aquel que ya es parte de su vida acepta también traspasar el umbral de su morada. Y les entra hasta el Corazón. Le basta un sencillo trozo de pan y una bendición divina. Y, cuando desaparece, ya les ha abierto los ojos.

Los primero-fans, después-desertores y por fin testigos fehacientes, espiritualmente ebrios, no reparan en la negrura nocturna ni en el cansancio: salen corriendo a compartir con los suyos que han tenido un encuentro con el Siemprevivo. Los de Jerusalén ya se lo habían anunciado antes, pero hasta este momento habían podido más los fantasmas de sus miedos y prejuicios que la evidencia palpable de un sepulcro vacío.

Así sigue ocurriendo hoy. Un bichito invisible nos ha usurpado el gozo de poder participar en ritos sagrados. Pero su aguijón ha permitido que Dios entre con una fuerza inusual en los aposentos íntimos de nuestro corazón. Quizás nos apoyábamos en signos sensibles (vitales), en leyes morales (necesarias). Pero el que ha vencido a la muerte necesitaba un encuentro personal contigo, en pobreza absoluta, cuando estuvieras muerto de hambre, en la hora tenebrosa del insomnio, agotadas todas las evasiones que te hacían creerte autosuficiente, derrumbados ídolos que se antojaban inmortales.

El #quédateencasa de Dios te brinda una oportunidad preciosa para pararte, rendirte ciegamente a su Misericordia, retarle a que te redescubra cómo camina a tu lado en cada circunstancia de tu vida, especialmente hoy y ahora.

En los últimos años, el Espíritu Santo ha tenido una iniciativa sorprendente: replicar, en directo, ese suceso del Evangelio, suscitando los retiros de Emaús. Quienes hemos tenido la suerte de experimentar en propia carne esta Palabra Viviente no podemos aguantar la dicha. De vuelta a Jerusalén, sabemos que no importa la ubicación de la aldea o cómo eran nuestras sandalias: la experiencia que hemos vivido es irrefutable pero Dios se las apaña de infinitas maneras para que su kerigma arda en cada alma con caminos diversos.

Lo que podemos testimoniar es que sólo un encuentro corazón con Corazón cambia nuestra historia, resetea nuestras expectativas, nos transforma existencialmente. Sólo importa el cara a cara con Jesucristo, carne y alma como nosotros, Dios muerto y resucitado. Sólo el Hijo nos revela que el Padre nos ha soñado y provoca en nosotros la efusión de la Ternura del Espíritu. Esa es la esencia del cristianismo, con toda la variedad de apellidos y carismas con los que la Trinidad enriquece a la familia de la Iglesia.

Los errantes rescatados, también sabemos que Dios tiene predilección por los más pobres y por eso nos siguió. Su Redención es gratis y no la merecíamos. Se nos han quitado las ganas de juzgar al resto (¿Quién, salvo la Divina Misericordia, hubiera tenido tal paciencia y vista gorda con nosotros?). Sólo nos acucia anunciar que, cuando caemos rendidos a su abrazo, el pasado es releído por una Luz que ilumina y sana nuestra historia; el presente toca que estamos tatuados en la palma de un Dios que nos sale al camino y respeta nuestros procesos; el futuro puede ser más incierto que nunca, pero se nos regala abandonárselo y gastar la energía vital en bailar por el camino, alabándole y adorándole. En las tribulaciones y dudas nos dará la certeza del primer encuentro: sabemos de quién nos hemos fiado. No nos ahorrará los sufrimientos ni las dificultades pero, por pura Gracia, podremos vivirlos más y más unidos a Él (en intercesión con y por nuestros hermanos). Y brillará en las tinieblas la luz de su promesa, que nos permitirá balbucear: «Tu cambiarás mi luto en danza».

Dios Omnisciente sale a nuestro encuentro sin presumir de que tenía la última noticia, porque sabía que nos iba a regalar una Buena nueva sin caducidad. Dios se queda en casa, con nosotros, para siempre. Nos ha hecho templos vivos de la Trinidad y ansía inhabitarnos con su Amor cada instante por toda la eternidad. Si no le echamos del hogar, se hace la presencia más real (y a prueba de mudanzas).


Bonus para «curiosos» sobre los retiros de Emaús (qué difícil elegir entre tantos testimonios)

Experiencia de otro «famoso» Cleofás, que vuelve a nacer en Emaús justo antes del COVID19

El más reciente que me ha llegado de un «resistente» 🙂 que cedió y cuenta el secreto de sus 48 horas en Emaús

Info «aséptica» para rigurosos investigadores. Incógnita de fondo: ¿Es Emaús una moda?

Una versión de revista del corazón: de la superficialidad en caída libre hacia lo profundo.